Xiuhnelpilli
"Ceremonia de atado de años"

Esta celebración está destinada para aquellas personas que cumplen 52 años.

La cuenta del tiempo de los antiguos mexicanos, o sea la forma en que registraban y contabilizaban el tiempo fue sin duda el más exacto creado por el ser humano previo a la era moderna.

El sistema ideado para definir un momento en particular dentro del espacio-tiempo contempla diferentes cuentas debido a que todos los componentes de la realidad cohabitan a diferentes ritmos, por ejemplo, los registros que los antiguos Anahuacas realizaron de la mecánica celeste los llevó a establecer cuentas verdaderamente largas mayores a 25,000 años como producto de la posición de nuestro Sol dentro de la galaxia, determinaron ciclos de 52 y 104 años en función del tránsito de planeta Venus y sus ciclos sinódicos, una cuenta más estaba dedicado a la función agrícola con una duración de 365.25 días y a su vez dividido en 18 veintenas con 5 días para completar y había una cuenta más dedicada a los seres humanos con una duración de 260 días.

Todas estas cuentas del tiempo se entrelazaban y contabilizaban en coordinación a la posición que ocupaba cada uno de los símbolos, por lo tanto a cada momento en particular se especificaban tanto los numerales como los símbolos acompañantes.

Pensando en el ser humano las cuentas principales que definen su destino son el Tonalpohualli de 260 días, el Xiuhpohualli de 365.25 días, el Tlalpilli de 13 años, el Xiuhmolpilli de 52 años y el Huehuetiliztli de 104 años.

Todo comenzaba cuando al nacer un niño o niña era presentado ante el Tonalpouhque que era una persona experta en el conocimiento de los códices y los registros de tiempo, y él le asignaba al recién nacido su primer nombre que consistía simplemente en el número y signo de día que le correspondía, por lo tanto había quien se llamara Ce Mazatl “uno venado”, Macuilli Itzcuintli “cinco perro”, Matlactli Xochuitl “diez flor”, etc. pro citar solo unos ejemplos.

Toda persona al crecer era acompañado por su familia y comunidad para que transitara la infancia temprana, adolescencia y juventud en una cultura que garantizara el desarrollo de los talentos y potencialidades, de tal forma que al engendrar a su propia familia fuera garantizada la continuidad de una forma de vida en la que se exaltara un rostro propio y un corazón verdadero, en otras palabras una persona con identidad y sabiduría.

En el desarrollo de cada persona había un momento relevante cuando se consideraba que había alcanzado el merecimiento para portar un nombre propio y ahí era “sembrada” en un ritual en el que pretende reconocer sus raíces, la fortaleza de su tronco y los frutos de sus ramas. Este momento de ser “sembrado” podía ser en el transcurso de su juventud o hasta llegar a su primer gran ciclo de 52 años. En este momento ya se han completado el atado de los cuatro atados de 13 carrizos cada uno.

¿Por qué llegar a los 52 años es un momento relevante dentro de las tradiciones antiguas del México Profundo? La razón es que se completa el primer gran ciclo de la vida y todo es referente a la cuenta del tiempo ya que en el transcurso de 52 años no hay un sólo día que combine los mimos numerales y símbolos. Entonces cuando cumplimos 52 años la cuenta del tiempo se sitúa de la misa forma que cuando nacimos.

Cumplir 52 años es la apertura a un nuevo ciclo de vida, es comenzar de nuevo un ciclo de crecimiento y fertilidad, solo que ahora no deberá ser nutrido el cuerpo y los sentidos sino el espíritu y la conciencia.

Hay un hecho indefectibre: cuando una persona llega a los 52 años y no ha logrado descubrir su propósito de vida, entonces ha desperdiciado su vida miserablemente ya que se considera que al cumplir un ciclo completo de la cuenta del tiempo habrá desarrolado en sí mismo un rostro propio y un corazón verdadero.

En nuestras sagradas tradiciones la persona que ha cumplido sus 52 años hace una ceremonia en la cual renueva sus votos con la vida y decreta que está abierta y en la disposición de poner al servicio todo aquello que ha aprendido. Se manifiesta en la apertura de compartir cada una de las cosas que le han contribuido para desarrollar su conciencia ya que de nada sirve el conocimiento y la experiencia si no es puesta al servicio de los demás.

En esta ceremonia que es de puro amor, de vibración y de una reintegración con la tierra y el cosmos la persona ingresa a su espacio dual sagrado simbolizado en un petate ya que en él está representado el tejido que nos une con lo que va oculto, por dentro y con lo que es visible, por fuera y así hacer presente la dualidad sagrada integrada por Tezcatlipoca y Quetzalcoatl que no son más que el mundo oculto y el mundo visible.

A la persona en cuestión que protagoniza esta ceremonia se le entregan uno por uno cada Tlalpilli o atado de trece carrizos. Cada uno de ellos fue marcado con el año que correspondía en la cuenta del tiempo y se hacen presentes las cuatro etapas principales de vida que ha transcurrido hasta ese momento.

Con la entrega del primer Tlalpilli se honra al infante que en su vulnerabilidad fue cuidado, arropado, alimentado y educado por sus padres así como por su círculo de relaciones nuclear y más inmediato, por lo tanto se agradece principalmente a los padre que son quienes transmitieron y pusieron el él o ella toda la base de quien se es en el presente.

Con la entrega del segundo Tlalpilli se honra al adolescente quien se abre a un mundo nuevo de relaciones, experiencias, sentimientos y conocimientos que le permitieron adentrarse en el descubrimiento de su sexualidad que conlleva la formación de la individualidad, la apropiación de la identidad y el surgimiento del empuje que le posibilitará confrontar al mundo para buscar el cumplimiento de sus propias aspiraciones y sueños. Es una etapa importante en el desarrollo ya que se deja de vivir a través de los demás para dar inicio a la autodeterminación y el autoconocimiento.

Con la entrega del tercer Tlalpilli se honra a la juventud en cuya inercia se abren los sentidos a un mundo lleno de aprendizajes y el desarrollo de las habilidades que le harán ser una persona productiva. En la juventud se descubre el amor, la pareja y al experiencia de ser padres, de tal forma que ya hay la responsabilidad de engendrar no solamente a nuevos seres sino dar continuidad a la cultura transmitiendo a nuevos seres el lenguaje, las costumbres, mitos, ritos y tradiciones. Es un tiempo de esplendor, fuerza, capacidad y alta responsabilidad para con los demás debido a que se da por hecho que es capaz de comprender la relevancia de su papel en la familia y la comunidad.

Con la entrega del cuarto Tlalpilli se honra la adultez considerado un periodo de vida en el cual la madurez alcanza su máximo esplendor debido a que se da por hecho que se ha podido experimentar la dualidad de la vida que nos lleva a gozar y sufrir, vivir y morir, enfermar y sanar. En esta etapa de la vida ya se ha descubierto el máximo potencial y se han asumido los talentos que la vida puso en nosotros para darlos en servicio. Con la adultez viene la conciencia de saberse en un mundo transitorio donde lo que verdaderamente vale la pena es iniciarse en un camino al cual dejarle muchas flores sembradas y cantos de esperanza.

Una vez recibidos los cuatro principales atados de 13 años cada uno y que en su conjunto suman 52 años se integran otros componentes a la ceremonia. Algunos de ellos son recibir los cuatro elementos que nos dan la vida y en cada uno de ellos se habla lo que nos enseña la tierra, el agua, el viento y el fuego; se le pide a los ancianos que den su consejo para el nuevo ciclo de vida que inicia con la adultez avanzada; se entregan la tinta roja y negra así como papel en los cuales comenzará a dejar plasmado su legado; Se le solicita a sus hijos y pareja que entreguen una ofrenda en la que se honra todo el esfuerzo hecho para crear el hogar; también se le pide que encienda un fuego desde un ocote que ha de ser la luz de su nuevo tiempo; entre otros aspectos.

Ésta es una ceremonia de puro amor, de pura vibración con la que nos vinculamos con los significados más profundos de la vida y en la cual hacemos conciencia de que en cada etapa de la vida somos parte de algo mucho más grande en comparación a lo que perciben nuestros sentidos.

Vivamos nuestras sagradas tradiciones honrando lo más preciado que está guardado en en la memoria de cada pueblo y oculto en el recuerdo genético de cada individuo.